14 May 2015
Corría el año 1977, nada en este país era ni parecido a como es ahora, sobre todo desde el punto de vista empresarial. Entre el mundo anglosajón y España había un abismo en gestión empresarial, en tecnología y en la concepción del mercado, unos con una visión global y otros con una mucho más restringida y local. En España, no se demandaban servicios que fuera de nuestras fronteras se venían disfrutando desde hacía año. Y me estoy refiriendo, concretamente, a los Centros de Negocios. Posiblemente, entre otros motivos, uno determinante era el cultural.
En nuestro país, el sentido de la propiedad estaba tan arraigado (y aunque hoy esto ha cambiado mucho, todavía sigue pesando en muchas decisiones) que nadie pensaba que podía trabajar compartiendo una oficina, la recepcionista o una secretaria con otras empresas. Aquí, para sentir que nuestro proyecto empresarial era importante, teníamos que tener nuestra propia oficina y consecuentemente asumir todos los costes que esto implicaba. Ni que decir de una casa, que aunque la hipoteca se llevase todo nuestro sueldo y no pudiésemos disfrutar de un alquiler (y por tanto, tampoco de dinero en el bolsillo para gastar), lo que más nos importaba era dejar algo a nuestros hijos, aunque esto supusiera vivir ahogado. Esa forma de pensar era, en parte, el legado de las generaciones que nos precedían.
Y es en este entorno cuando un español llamado José Manuel, al que todos conocían por Chema, después de un viaje a Estados Unidos, decide montar en 1978 el primer Centro de Negocios de España, percibiendo que esta forma de hacer y pensar tenía que cambiar en algún momento, porque la lógica empresarial siempre acaba imponiéndose. Y así nace Lexington.
La ilusión y el férreo convencimiento de que no hay mejor forma de ayudar a las empresas que ofreciéndoles una solución de oficina que no les requiriese de una inversión inicial que muchas veces hacía inviable el inicio del proyecto. Al principio llevaba el nombre comercial de Warren Staff, hasta que en 1981 adopta el de Lexington. De este modo, se permitía a las empresas que su capital se dirigiera e invirtiera en lo que realmente importa, su idea. Con la incertidumbre que cualquier comienzo supone, sumada a la dificultad de ofrecer algo que no se demandaba porque no se conocía y porque chocaba con el pensamiento generalizado de que o tenías tu propia oficina o vendías una imagen de precariedad, comienzan a andar las primeras oficinas compartidas en España.
Con un capital mínimo, que sólo permitía ir amueblando despachos cada vez que se contrataba un nuevo cliente, este formato (que otorga una total flexibilidad en el tiempo que se desea contratar, a diferencia de los largos contratos de arrendamiento que el mercado pedía si alquilabas una oficina convencional) se ha ido asentando en nuestro tejido empresarial como una propuesta de valor que facilita el arranque de cualquier negocio por pequeño que sea. Hoy en día, hasta las empresa más importantes e iconos de éxito y buen hacer como Google, Facebook o HP, utilizan este modelo de centro de negocios por ser soluciones inmediatas, rentables y flexibles.
Ha pasado mucho tiempo desde esos primeros momentos y ya se cuentan por millones las empresas, emprendedores y freelancers que por todo el mundo se aprovechan de las ventajas que ofrecen los Centros de Negocios. La externalización de los servicios de oficina para que sean gestionadas por profesionales que tienen como única misión ocuparse de ello, mientras la empresa se dedica a su “core business”, es hoy una realidad que confirma que la apuesta que hace casi 40 años hizo un viajero español, no era una equivocación.
David Vega
Director General de Lexington
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